En 1889 ocurrió algo importante para Dominicana: nuestra recién nacida nación tuvo que preguntarse cómo presentarse al mundo, pues iba a participar en un pabellón de 200 metros cuadrados en la Exposición Universal de París. ¿Cuáles eran nuestros íconos? ¿Nuestras bellezas y fortalezas? ¿El espíritu de nuestra gente?

Aparte, en 1889 sucedió otro evento en la misma línea: la Administración de Correos produjo y envió a sus homólogos de todo el mundo una tarjeta de felicitaciones por el año nuevo de 1890. En este año, entonces, coincideron por primera vez una serie de factores llamativos: el deseo de presentar el país al mundo, el desarrollo de la logística postal y, además, la activación de la industria de la imprenta a nivel local. Por eso, 1889 es el año que toma Miguel D. Mena para iniciar su recuento de un objeto que cuenta nuestra rica historia en dos dimensiones: la tarjeta postal.

En Postales de nuestra memoria el escritor y ensayista dominicano nos explica el contexto de un espectacular archivo de tarjetas que ilustra cómo nuestros pueblos se convirtieron en ciudades, nuestras costumbres en identidad nacional y nuestras aspiraciones en realidades.

POSTALES DE NUESTRA MEMORIA

De la medicina al turismo

Previo a la tarjeta postal, muchas personas llegaron a conocer de lugares atractivos en otras tierras gracias a la imagen estereoscópica, un invento que permitía ver una foto en profundidad aparentemente tridimensional a través de binoculares. Inicialmente esta técnica fue utilizada en el campo de la medicina, pues posibilitaba la agudización de algunos elementos ante el ojo humano… y precisamente esto hizo que fueran tan adecuadas para el turismo. Dominicana no fue la excepción: aquí vemos una toma de la Fortaleza del Homenaje, capturada desde el río Ozama. Su carácter tradicional de farallón fue prácticamente borrado hacia 1938, con la creación del puerto. Hasta entonces, esto era lo primero que veían los recién llegados a nuestra capital.

Dominicana se muestra al mundo

El primer prototipo de tarjeta postal moderna que vio Dominicana, con las medidas que luego serían estándares, fue producido en 1889 por los empleados de la Administración de Correos. Era un grabado de la Puerta del Conde, el lugar donde se proclamó la independencia del país apenas en 1844. Como el propósito era enviar la tarjeta al extranjero, así se mostraba el país al mundo: con sólidos edificios gubernamentales justo al lado de marchantes, campesinos con una yunta de bueyes y civiles a pie. La nación quería enseñar que su cotidianidad era pacífica, democrática y comunitaria.

Imaginarse una capital

La Santo Domingo de principios del siglo XX era una pequeña urbe hecha mayormente de madera; la piedra coralina por lo general hablaba de un origen colonial. Por eso las postales retrataban los puntos centrales del imaginario capitaleño: la antigua Plaza de Armas que desde 1892 se llamó Parque Colón, el antiguo Palacio de Borgellá que pasó a llamarse Palacio de Gobierno y detrás de las ruinas del Palacio de Diego Colón — el hoy popularmente llamado Alcázar— estaba la ceiba donde su padre supuestamente amarró una carabela en su primer viaje, al entrar por la ribera del río Ozama.

Contar con la población

La edición de 1902 de la Enciclopedia Británica todavía registraba como país a Santo Domingo, no a la “Dominican Republic”. Esa entrada indicaba que la capital tenía unos 25 mil habitantes, mientras que Puerto Plata contaba con 15 mil. ¿Y fuera de esos dos puntos focales? Santiago de los Caballeros tenía solo 12 mil, mientras que Montecristi tenía tres mil y Samaná 1,300. En total, la población estimada era poco más de medio millón de habitantes… lo cual nos indica que nuestro país, en ese entonces, tenía una conformación mayormente rural.

Nuevos íconos

Montecristi se enriquecía poco a poco con el comercio marítimo, y sus espacios públicos reflejaban esa bonanza: desde los rieles de tranvía que corrían paralelos a la playa hasta el reloj público que llegó al parque central de la ciudad en marzo de 1895. El nuevo ícono fue una iniciativa del empresario venezolano Benigno Daniel Conde Vásquez, quien recolectó los fondos para adquirir la estructura de 96 pies de altura fabricada por el relojero francés Jean-Paul Garnier. La obra, que originalmente estaba funcionando en Saint-Germain-en-Laye, todavía sigue en pie y —gracias a una restauración exhaustiva— sigue dando la hora a una ciudad que lo considera su símbolo.

Lo cotidiano es especial

Puerto Plata comenzó a modernizarse con la migración cubana que inició en 1868 por causa de la guerra independentista en la vecina isla. Ahí llegaron empresarios e intelectuales a la ciudad costera, quienes junto a otros grupos de recién llegados —como los ingleses— dejaron su impacto en las actividades comerciales y en el estilo de construcción de sus nuevas edificaciones. Por eso, a principios del siglo XX, Puerto Plata mostraba su cotidianidad moderna a través de imágenes como esta: la de una escuela con equipamientos innovadores durante una visita del maestro Emilio Prud’Homme.

Muy ocupadas durante la ocupación

Otra ciudad portuaria en experimentar una gran bonanza fue San Pedro de Macorís. Al igual que en Puerto Plata, ese desarrollo se vio reflejado en sus edificaciones —no solo de madera sino también de concreto, algo novedoso en el país—. Pero esta postal de la pujante ciudad, emitida en 1920, también muestra una nación en medio de la ocupación estadounidense, que tuvo lugar entre 1916 y 1924. Los militares trajeron consigo un proyecto de modernidad mediante la inversión de importantes capitales en la remodelación de vías de comunicación y, sobre todo, infraestructura urbana.

Pacificación y postales

La administración del país había pasado velozmente de mano en mano, como un rebelde remanente del caudillismo en medio del cual surgió el país. Pero la ocupación estadounidense trajo consigo unos años de pacificación y, por lo tanto, una abundancia económica. Como testigos de ese desarrollo social surgieron las primeras firmas especializadas en el negocio de las postales: a la Imprenta de la Viuda García en Santo Domingo se le unieron nuevas firmas como las ediciones Perrota Dubús de Puerto Plata, la Oliva de Montecristi y Ediciones Los Muchachos en San Pedro de Macorís. Gracias a estos talleres hoy contamos con un amplio registro de imágenes de la época, muchas de ellas escenas cotidianas urbanas y campestres en todo el país —como esta del Parque Juan Pablo Duarte de Santiago de los Caballeros en 1920—.

Una nación moderna

En 1930 llega al poder Rafael Leonidas Trujillo, dando inicio a tres décadas de una dictadura que cambiaría la cara construida del país. El mandatario contrató a ingenieros, arquitectos y técnicos para llevar a cabo proyectos de remozamiento urbano —solo en 1935 los sellos de correos celebraron la inauguración de siete puentes, mientras que se hicieron grandes inversiones en los puertos de Santo Domingo, Puerto Plata y San Pedro de Macorís—. El país estaba siendo re-edificado con otros estándares. De esa época es la antigua Catedral de Santa Ana en San Francisco de Macorís, una obra que combinaba lo gótico con lo moderno, pero que cayó en 1946 tras el terremoto más intenso sufrido en la historia del el país.

El inicio del turismo

Esta imagen de 1932 muestra a un grupo de turistas en las ruinas de Jacagua, el sitio original donde se fundó la ciudad de Santiago de los Caballeros. En pocos años, el país pasaría de tener hoteles pequeños como el Presidente —en la esquina de la avenida 30 de Marzo con calle Mercedes, frente al Parque Independencia de Santo Domingo— a tener colosos modernos como el Hotel Jaragua sobre el Malecón — otra de las obras de desarrollo urbano de Trujillo—. Fue en esta época cuando se plantaron las semillas de la industria turística que tenemos en la actualidad.

De ayer y de hoy

Aquí hay una locación que debe resultarle conocida a muchos capitaleños: el Parque Colón en la Ciudad Trujillo de 1940. ¿Cuántos elementos siguen en pie? ¿Cuáles han cambiado? En el libro Postales de nuestra memoria, disponible para descarga, hemos incluido una sección final que precisamente responde a preguntas como esta: en Antes y después mostramos una selección de postales comparadas con sus versiones contemporáneas, capturadas en 2020 por los fotógrafos Sahira & Géber.

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El equipo

Miguel D. Mena

Textos y selección de imágenes

Sahira & Geber

Fotografías

Pardo

Dirección de Arte y Diseño

Peter Weidlich

Traducción

Gema Imbert

Corrección ortotipográfica